miércoles, 11 de julio de 2012

Crystel


Capítulo I: Frío

Ha llegado la noche, y con ella una nueva jornada de “trabajo”. Es complicado salir a la calle vistiendo prendas diminutas con este frío de mierda y el miedo que me da dejar a mi hija sola, encerrada, sin nadie que la cuide o que esté a su lado para que no sienta el vacío de mi ausencia cada madrugada. No me gusta esta vida, la detesto; pero es mi única salida, no puedo hacer otra cosa. Hoy más que nunca me arrepiento de todas las oportunidades que no supe aprovechar, de la cabeza caliente que me hacía actuar sin intuir las consecuencias que podrían traer mis actos, y de meterme con ese bastardo que me dejó en la calle, sin un sol en el bolsillo y con una niña entre mis brazos. Quisiera tenerlo frente a mí, golpearlo hasta dejarlo inconsciente y terminar con su miserable vida…

-          - Mucho frío, ¿no Crystel? – “Crystel”, el estúpido nombre que debo usar cada noche para ocultar en algo mi identidad y no ser la vergüenza de mi hija en un futuro. No tiene sentido, cuando se entere me va a odiar sin importar el nombre que tenga, Crystel, Juliana, puta de mierda; me odiará igual.
-          - Demasiado, Chío, se me están congelando las tetas. – Un par de carcajadas y se aleja de mí. El primer cliente ha llegado decidido a llevársela. Yo debo seguir esperando que venga algún viejo con el rostro sudoroso, olores repugnantes y una mirada llena de deseo e impaciencia, me pague algunas monedas y me obligue a hacerle todas esas cochinadas que tanto les gustan a los hombres. Soy tan sucia, me desprecio por ello…

Doy una pequeña vuelta a este triste callejón del centro de Lima, lleno de miseria, basura, y perros, muchos perros. Hoy me tocó pararme en el último poste de la entrada, no puedo moverme de aquí sino me ganaría problemas con las demás “colegas”, pues cada quien debe respetar su posición para no quitarle la clientela a nadie. Llegué tarde por cojuda, y ahora corro el riesgo de quedarme sin un céntimo esta noche, peor aún, regresar a mi casa sin nada que llevarle a mi hija. Odio esta vida, la odio como jamás he odiado algo en este mundo. Pero no debo llorar, no lo haré. Límpiate las lágrimas, cojuda, se te cae el maquillaje. Vamos, muestra tu mejor sonrisa y espera que algún parroquiano se acerque a ti. Ahí viene uno, ¿ya ves?, no está tan mala la noche. Vamos, sonríele, muéstrate sexy, haz que te desee como desea a tantas otras. No importa, lo único valioso es su dinero, nada más. Te habló, respóndele tarada, que no note que has llorado sino se largará, respira, relájate, demuestra lo que sabes. 

-          -  Hola, cariño, ¿a dónde me vas a llevar?
-          - A donde quieras, mi vida. – ¿Mi vida?, estúpido cerdo. – pero primero hablemos de precios, ¿cuánto la hora?
-          - Cincuenta soles para ti, pero si te gustan otras “cositas” la tarifa sube. – Un guiño coqueto y ya calló, como todos los hombres.
-          - Me parece bien, ¿cuánto por una chupadita? – Cerdo repugnante, asqueroso animal. Contrólate, no puedes desaprovechar esta oportunidad.
-         -  El sexo oral tiene otro precio, cariño. El doble de lo inicial. – Si acepta no tendré que volver mañana. Haz un esfuerzo y soporta las ganas de vomitarle encima a este animal, tú puedes.
-          - Un poco caro, ¿no crees? Para ser una puta que trabaja en una esquina, tienes tarifas elevadas. Pero está bien, me gustas, voy a pagar lo que pides. Llamemos un taxi.
-          - Nosotras tenemos a alguien que nos lleva a donde quieras, por seguridad, claro. – Y porque no me arriesgaría a subirme a un auto sola contigo, asquerosidad.
-          - Me parece bien, llámalo entonces. No tengo mucho tiempo. 

Saca el celular rápido, ¡maldición!, “¿Aló, Cesítar?, ven rápido carajo, hay un cliente que va a pagar bien. Te doy tu tajada, ya sabes, no demores.” Listo, ahora a entretener al animal hasta que llegue César. Esta será una de aquellas noches que recordaré durante mucho tiempo, no porque será una de las mejores, sino todo lo contrario. Este sujeto es uno de los peores clientes que he visto en mi vida, más pequeño que yo, gordo, y con un rostro nada agradable a la vista: nariz aguileña, cachetes grandes, boca aún más grande y una papada que deja chicas a las anteriores. Es repugnante, lo detesto. 

-         - ¿Va a demorar mucho tu amigo?
-          -Ya está llegando, no te impacientes.
-          -¿Y si mejor me das la chupada aquí?
-          -No seas CERDO, mi cielo. Ya está llegando, no comas ansias. Ahí está, ¿lo ves? Vamos, no perdamos tiempo. 

Que se la chupe ahí, pedazo de animal. Menos mal llegó César a tiempo, sino tendría que haber cedido a lo que me pedía para que no se inquietara y se vaya con otra. No puedo perder a ningún cliente, menos aún si pagan tan bien como éste. Lo único que quiero es que se acabe la noche, regresar a mi casa, abrazar a mi hija y quedarme dormida a su lado sin importarme nada más. Todo esto lo hago por ella, solo por ella, pues no tiene la culpa de que su padre haya sido un infeliz que la abandonó al nacer. He sabido sobreponerme a esta mala jugada del destino, y sola pude sacar adelante a mi hija. Ella tiene 7 años, cursa el tercer grado de primaria y es muy inteligente, no salió a la madre en ese aspecto. Dudo, también, que haya sacado la inteligencia del padre, tiene de haber sido obra de Dios. Es mi adoración, y haré lo que sea necesario para que ella tenga una infancia diferente a la mía, para que pueda disfrutar de todo lo que yo nunca tuve de niña… cueste lo que cueste.

El tiempo que el taxi demoró en llegar se hizo eterno. El cerdo me acariciaba las piernas mientras César veía todo por el espejo retrovisor. Su mirada reflejaba tristeza, indignación, impotencia, compasión. Sabía que estaba sufriendo, y él también lo hacía a pesar de que intentaba no demostrarlo. Se enamoró de mí desde la primera vez que me vio, pero yo no pude corresponderle por más que quisiera. Me pareció un chico muy atento, leal y guapo, tan distinto a los cerdos con los que me acuesto noche tras noche. Siempre he pensado que cualquier mujer estaría encantada de iniciar una relación con él. Le he dicho, incluso, que se consiga a otra y no pierda más su tiempo conmigo, pues yo soy la excepción a esa regla. Me gusta mucho, he de admitirlo, pero no creo que se merezca a una mujer tan sucia e impúdica como yo. Él se merece a alguien mucho mejor, sería muy injusto que se haga cargo de mi y de una hija que no es suya, todo por mi egoísmo y falta de consideración. Las cosas están mejores así, a pesar de que a mí me duela tanto o más que a él. 

Ricardo, nombre del cerdo de turno, hizo que el taxi se estacione en un hotel de mala muerte. Dudé un poco por el aspecto del lugar, pero finalmente acepté bajarme, diciéndole a César que pase a recogerme dentro de una hora, para así sentirme un poco más tranquila. 

Subimos a una habitación un poco más respetable que la fachada del hotel. Tenía una cama circular con sábanas rojas; velas, muchas velas rojas también; pétalos de rosas formando un camino que llevaba directo hacia la cama y un espejo enorme colocado en el techo de la habitación reflejando todo el contorno del lecho. Se podía sentir el olor a incienso saliendo de algún lugar, pero no pude ver de dónde. Las habitaciones de un hotel no son así, menos en uno de mala muerte como este. Ricardo ha de haberse esmerado pagando algo más por toda la decoración, se sentía como si esta fuese su gran noche, como si estuviese teniendo una cita con el amor de su vida. Todos esos detalles no iban a hacerlo menos cerdo de lo que ya era. 

Me desnudé rápidamente para luego escabullirme dentro de las sábanas. Ricardo no quería que apagara las velas, por lo que tuve que tragarme su mirada todo el rato que me estuve desnudando. Él lo hizo después de mí, quedándose solo con un ridículo bóxer a cuadros y un bivirí blanco que resaltaba su inmenso vientre. Nada más asqueroso y mata pasiones que eso. Se acostó a mi lado y empezó a besarme todo el cuerpo, llegando a mis pechos y dejándome impregnado en los pezones la baba que se le escurría de los labios. Quiero vomitar, en serio creo que lo haré. No, no puedo hacerlo, debo controlarme, sostén la respiración, aguanta un poco más. Intenté llevar mis pensamientos a otro lado, alejarme de ese mundo al menos por un instante, hasta que sentí su asquerosa lengua cerca a mis labios, por lo que lo aparté de un empujón rápidamente, “son las reglas, cariño, nada de besos”. Es una regla, y creo que él lo sabía porque no me reprochó nada cuando lo hice, atinando solo a bajar más y más hasta toparse con mi sexo. Le recordé que esas cosas tenían otro precio, pero pareció no importarle, por lo que tuve que aguantarme las ganas de  patearle el rostro y dejar que siguiera en su gloria. En esos momentos no sé qué me daba más asco: él con su horrible cuerpo y su baba hedionda, lo cual me hacía recordar lo infelices que éramos ambos, o yo por saber que estaba sintiendo placer, a pesar de todas esas asquerosidades. 

Al final de la jornada terminó pagándome 150 soles, los cuales me servirían para comprarle los zapatos a mi niña y para algunas otras cosas más, como adelantarle algo a la vieja de la pensión para que deje de joderme la vida con amenazas estúpidas de desalojo. Al salir, se despidió con un beso en mi mano y se fue sin decir nada más. Se le veía feliz, satisfecho, como si hubiese cumplido su mejor faena aquella noche.  Yo me quedé en la puerta esperando que César llegue a recogerme. Sentía frío, mucho frío. 

El lugar donde me quedé a esperarlo tenía un peor aspecto al del callejón donde “trabajaba”. Las casas eran de colores tristes, sin vida, entre grises y negros; además de que la gran mayoría tenía una capa de polvo cubriendo sus fachadas, lo que les daba un aspecto aún más tétrico. César llegó cinco minutos después de lo acordado, subí al vehículo y le dije que me llevara a mi casa. Se sorprendió un poco pues recién eran las dos de la madrugada y, normalmente, suelo quedarme hasta el amanecer, pero no preguntó nada. Algo que admiro mucho en él es su silencio, el saber cuándo preguntar y cuándo no. Esa no era una noche propicia para las preguntas y eso lo sabía.

Al llegar a mi casa, fui a darme una ducha. El agua estaba fría, pero no tenía más remedio que hacerlo para intentar quitarme toda esta suciedad, más moral que física, y luego poder acostarme al lado de mi hija. Ella no merece tener una madre como yo, no merece tener un padre como ese bastardo. Es la única víctima de toda esta miseria, y me siento tan culpable por ello. Llora, ahora ya nadie te detendrá. No hay maquillaje que arruinar, llora, golpea, desgárrate el alma con tu sufrimiento. Llora, que mañana deberás sonreír, llevar al colegio a tu hija y aparentar que no pasa nada, que no hay sufrimiento en tu vida. Aparentar que eres feliz, aunque en el fondo sabes muy bien que no lo eres. Llora, mujer, llora…

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