lunes, 18 de junio de 2012

Masoquismo

Lunes, una y treinta de la madrugada. Las celebraciones por el día del padre aún se escuchan en algunas casa aledañas, y es esa la causa por la cual aún no consigo dormir a pesar de mis múltiples intentos por hacerlo. Me preocupa un poco, pues el día de mañana debo levantarme muy temprano para ir a la universidad, y con el frío que hace en las mañanas se me dificulta más y más ponerme de pie a la hora indicada.

Veo mi habitación una y otra vez. Las paredes pintadas de un celeste casi gris, sin vida ni gracia. Un póster del equipo de mis amores, Universitario de Deportes, orna las paredes intentando darle algo de alegría a mis tristes esquinas. El silencio se hace eterno, mi desesperación aún más. Mi mente vaga por diversos mundos. Recreo una infinidad de historias que van desde la más estúpida fantasía hasta la más cruel realidad. Seguí así por un largo rato, hasta que mis pensamientos se vieron interrumpidos por un grito seco, fúnebre, casi tétrico. Me puse de pie instintivamente, con un poco de temor, he de admitirlo; pero al mismo tiempo sentía en mí una tristeza poco usual. Era tan raro todo, ¿de dónde y de quién provenía aquél grito? Quise encontrarle respuestas a mis intempestivas preguntas, pero luego de unos segundos el silencio volvió a reinar en la oscuridad de la noche, por lo que decidí volver a la cama. Intenté relajar mi cuerpo para poder ingresar al trance del sueño. Estuve a punto de conseguirlo de no haber sido porque aquel grito volvió a oírse una vez más, pero esta vez acompañado de un llanto desgarrador. Llamé a mi madre para ponerla al tanto de los hechos, pero no fue necesario entrar en detalles pues ella también se había percatado de todo lo ocurrido. Decidimos salir y ver qué estaba pasando, mas grande fue nuestra sorpresa al notar que un gran número de vecinos se nos habían adelantado, todos aglutinados en la calle, mirándose incrédulos y sin saber qué hacer. Nos acercamos, y en el tumulto logré oír que mi madre le preguntó a un tipo de aspecto rudo, alto, con nariz aguileña y tez demacrada, el cual se encontraba bajo los efectos del alcohol, cuál era el problema. El sujeto le respondió en un castellano casi ininteligible que se trataba de una pelea marital, en la cual el marido había cogido a golpes a su mujer y luego huido de la casa, dejándola sola. La víctima era una muchacha de casi mi edad, 19 años, la cual se había mudado con el tipo que la golpeó hacía no más de 6 meses. Me sorprendió la facilidad con la cual el sujeto iba describiendo los hechos, pues por lo poco que conozco del barrio, él no tenía relación alguna con la chica o con el abusivo.

Luego de un rato, el tipo al que mi madre le preguntó por el origen del problema, cogió un palo que encontró en el suelo y, dando una certera patada a la puerta, logró abrirla. La gente se abalanzó e ingresaron a la morada con la intención de encontrar el chisme del cual hablarían durante muchos días, antes que en preocuparse por brindar ayuda. Mi madre se unió al grupo que había ingresado, por lo cual no me quedó más remedio que seguirla y tratar de evitar cualquier conflicto que pudiera generarse. Cuando ya nos encontrábamos todos adentro, el silencio nos envolvió por completo, pues la escena que encontramos fue, simplemente, lamentable: la muchacha se encontraba tirada en el piso de la habitación en posición fetal, producto de algún golpe al estómago, supuse. Su bello rostro nos mostraba unos labios rotos, ojos hinchados producto de las lágrimas más que de los golpes y, además, gotas de sangre chorreando de diversas incisiones. No pude evitar derramar una lágrima por tal triste escena...

Dos vecinas, típicas aduladoras, dijeron que deberían llamar a la policía inmediatamente, pero grande fue nuestra sorpresa al ver levantarse a la muchacha airadamente, gritando que esto era un asunto en el cual no debíamos meternos y que, por favor, nos largáramos de su casa. Todos quedamos pasmados, perplejos por tal estúpida reacción. Salimos del lugar sin más que decir, al fin y al cabo, era la decisión que ella había tomado y debíamos respetarla por más tonta que pudiera parecernos, pues estaba en su derecho.

Regresé a la casa junto a mi madre. Eran las dos con treinta y siete minutos. Ya en mi habitación intenté recapitular todo y encontrarle una explicación a tal raro suceso. Quedé un rato sentado en mi cama hasta que, finalmente, logré conciliar el sueño.

Al día siguiente, al regresar de la universidad, vi una escena que me dejó sorprendido, sigo estándolo mientras escribo estas: La muchacha del día anterior salía de su casa abrazada al tipo que la había golpeado salvajemente, ambos con una sonrisa en los labios, mostrándole al mundo el amor que ambos se tenían. El maquillaje en el rostro de la mujer disimulaba muy poco los moretones que en su rostro existían. lo único que vino a mi cabeza en ese momento fue una pregunta que recuerdo y recordaré por siempre: ¿Cómo puedes ser tan cojuda, mujer?


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