miércoles, 11 de julio de 2012

Crystel


Capítulo I: Frío

Ha llegado la noche, y con ella una nueva jornada de “trabajo”. Es complicado salir a la calle vistiendo prendas diminutas con este frío de mierda y el miedo que me da dejar a mi hija sola, encerrada, sin nadie que la cuide o que esté a su lado para que no sienta el vacío de mi ausencia cada madrugada. No me gusta esta vida, la detesto; pero es mi única salida, no puedo hacer otra cosa. Hoy más que nunca me arrepiento de todas las oportunidades que no supe aprovechar, de la cabeza caliente que me hacía actuar sin intuir las consecuencias que podrían traer mis actos, y de meterme con ese bastardo que me dejó en la calle, sin un sol en el bolsillo y con una niña entre mis brazos. Quisiera tenerlo frente a mí, golpearlo hasta dejarlo inconsciente y terminar con su miserable vida…

-          - Mucho frío, ¿no Crystel? – “Crystel”, el estúpido nombre que debo usar cada noche para ocultar en algo mi identidad y no ser la vergüenza de mi hija en un futuro. No tiene sentido, cuando se entere me va a odiar sin importar el nombre que tenga, Crystel, Juliana, puta de mierda; me odiará igual.
-          - Demasiado, Chío, se me están congelando las tetas. – Un par de carcajadas y se aleja de mí. El primer cliente ha llegado decidido a llevársela. Yo debo seguir esperando que venga algún viejo con el rostro sudoroso, olores repugnantes y una mirada llena de deseo e impaciencia, me pague algunas monedas y me obligue a hacerle todas esas cochinadas que tanto les gustan a los hombres. Soy tan sucia, me desprecio por ello…

Doy una pequeña vuelta a este triste callejón del centro de Lima, lleno de miseria, basura, y perros, muchos perros. Hoy me tocó pararme en el último poste de la entrada, no puedo moverme de aquí sino me ganaría problemas con las demás “colegas”, pues cada quien debe respetar su posición para no quitarle la clientela a nadie. Llegué tarde por cojuda, y ahora corro el riesgo de quedarme sin un céntimo esta noche, peor aún, regresar a mi casa sin nada que llevarle a mi hija. Odio esta vida, la odio como jamás he odiado algo en este mundo. Pero no debo llorar, no lo haré. Límpiate las lágrimas, cojuda, se te cae el maquillaje. Vamos, muestra tu mejor sonrisa y espera que algún parroquiano se acerque a ti. Ahí viene uno, ¿ya ves?, no está tan mala la noche. Vamos, sonríele, muéstrate sexy, haz que te desee como desea a tantas otras. No importa, lo único valioso es su dinero, nada más. Te habló, respóndele tarada, que no note que has llorado sino se largará, respira, relájate, demuestra lo que sabes. 

-          -  Hola, cariño, ¿a dónde me vas a llevar?
-          - A donde quieras, mi vida. – ¿Mi vida?, estúpido cerdo. – pero primero hablemos de precios, ¿cuánto la hora?
-          - Cincuenta soles para ti, pero si te gustan otras “cositas” la tarifa sube. – Un guiño coqueto y ya calló, como todos los hombres.
-          - Me parece bien, ¿cuánto por una chupadita? – Cerdo repugnante, asqueroso animal. Contrólate, no puedes desaprovechar esta oportunidad.
-         -  El sexo oral tiene otro precio, cariño. El doble de lo inicial. – Si acepta no tendré que volver mañana. Haz un esfuerzo y soporta las ganas de vomitarle encima a este animal, tú puedes.
-          - Un poco caro, ¿no crees? Para ser una puta que trabaja en una esquina, tienes tarifas elevadas. Pero está bien, me gustas, voy a pagar lo que pides. Llamemos un taxi.
-          - Nosotras tenemos a alguien que nos lleva a donde quieras, por seguridad, claro. – Y porque no me arriesgaría a subirme a un auto sola contigo, asquerosidad.
-          - Me parece bien, llámalo entonces. No tengo mucho tiempo. 

Saca el celular rápido, ¡maldición!, “¿Aló, Cesítar?, ven rápido carajo, hay un cliente que va a pagar bien. Te doy tu tajada, ya sabes, no demores.” Listo, ahora a entretener al animal hasta que llegue César. Esta será una de aquellas noches que recordaré durante mucho tiempo, no porque será una de las mejores, sino todo lo contrario. Este sujeto es uno de los peores clientes que he visto en mi vida, más pequeño que yo, gordo, y con un rostro nada agradable a la vista: nariz aguileña, cachetes grandes, boca aún más grande y una papada que deja chicas a las anteriores. Es repugnante, lo detesto. 

-         - ¿Va a demorar mucho tu amigo?
-          -Ya está llegando, no te impacientes.
-          -¿Y si mejor me das la chupada aquí?
-          -No seas CERDO, mi cielo. Ya está llegando, no comas ansias. Ahí está, ¿lo ves? Vamos, no perdamos tiempo. 

Que se la chupe ahí, pedazo de animal. Menos mal llegó César a tiempo, sino tendría que haber cedido a lo que me pedía para que no se inquietara y se vaya con otra. No puedo perder a ningún cliente, menos aún si pagan tan bien como éste. Lo único que quiero es que se acabe la noche, regresar a mi casa, abrazar a mi hija y quedarme dormida a su lado sin importarme nada más. Todo esto lo hago por ella, solo por ella, pues no tiene la culpa de que su padre haya sido un infeliz que la abandonó al nacer. He sabido sobreponerme a esta mala jugada del destino, y sola pude sacar adelante a mi hija. Ella tiene 7 años, cursa el tercer grado de primaria y es muy inteligente, no salió a la madre en ese aspecto. Dudo, también, que haya sacado la inteligencia del padre, tiene de haber sido obra de Dios. Es mi adoración, y haré lo que sea necesario para que ella tenga una infancia diferente a la mía, para que pueda disfrutar de todo lo que yo nunca tuve de niña… cueste lo que cueste.

El tiempo que el taxi demoró en llegar se hizo eterno. El cerdo me acariciaba las piernas mientras César veía todo por el espejo retrovisor. Su mirada reflejaba tristeza, indignación, impotencia, compasión. Sabía que estaba sufriendo, y él también lo hacía a pesar de que intentaba no demostrarlo. Se enamoró de mí desde la primera vez que me vio, pero yo no pude corresponderle por más que quisiera. Me pareció un chico muy atento, leal y guapo, tan distinto a los cerdos con los que me acuesto noche tras noche. Siempre he pensado que cualquier mujer estaría encantada de iniciar una relación con él. Le he dicho, incluso, que se consiga a otra y no pierda más su tiempo conmigo, pues yo soy la excepción a esa regla. Me gusta mucho, he de admitirlo, pero no creo que se merezca a una mujer tan sucia e impúdica como yo. Él se merece a alguien mucho mejor, sería muy injusto que se haga cargo de mi y de una hija que no es suya, todo por mi egoísmo y falta de consideración. Las cosas están mejores así, a pesar de que a mí me duela tanto o más que a él. 

Ricardo, nombre del cerdo de turno, hizo que el taxi se estacione en un hotel de mala muerte. Dudé un poco por el aspecto del lugar, pero finalmente acepté bajarme, diciéndole a César que pase a recogerme dentro de una hora, para así sentirme un poco más tranquila. 

Subimos a una habitación un poco más respetable que la fachada del hotel. Tenía una cama circular con sábanas rojas; velas, muchas velas rojas también; pétalos de rosas formando un camino que llevaba directo hacia la cama y un espejo enorme colocado en el techo de la habitación reflejando todo el contorno del lecho. Se podía sentir el olor a incienso saliendo de algún lugar, pero no pude ver de dónde. Las habitaciones de un hotel no son así, menos en uno de mala muerte como este. Ricardo ha de haberse esmerado pagando algo más por toda la decoración, se sentía como si esta fuese su gran noche, como si estuviese teniendo una cita con el amor de su vida. Todos esos detalles no iban a hacerlo menos cerdo de lo que ya era. 

Me desnudé rápidamente para luego escabullirme dentro de las sábanas. Ricardo no quería que apagara las velas, por lo que tuve que tragarme su mirada todo el rato que me estuve desnudando. Él lo hizo después de mí, quedándose solo con un ridículo bóxer a cuadros y un bivirí blanco que resaltaba su inmenso vientre. Nada más asqueroso y mata pasiones que eso. Se acostó a mi lado y empezó a besarme todo el cuerpo, llegando a mis pechos y dejándome impregnado en los pezones la baba que se le escurría de los labios. Quiero vomitar, en serio creo que lo haré. No, no puedo hacerlo, debo controlarme, sostén la respiración, aguanta un poco más. Intenté llevar mis pensamientos a otro lado, alejarme de ese mundo al menos por un instante, hasta que sentí su asquerosa lengua cerca a mis labios, por lo que lo aparté de un empujón rápidamente, “son las reglas, cariño, nada de besos”. Es una regla, y creo que él lo sabía porque no me reprochó nada cuando lo hice, atinando solo a bajar más y más hasta toparse con mi sexo. Le recordé que esas cosas tenían otro precio, pero pareció no importarle, por lo que tuve que aguantarme las ganas de  patearle el rostro y dejar que siguiera en su gloria. En esos momentos no sé qué me daba más asco: él con su horrible cuerpo y su baba hedionda, lo cual me hacía recordar lo infelices que éramos ambos, o yo por saber que estaba sintiendo placer, a pesar de todas esas asquerosidades. 

Al final de la jornada terminó pagándome 150 soles, los cuales me servirían para comprarle los zapatos a mi niña y para algunas otras cosas más, como adelantarle algo a la vieja de la pensión para que deje de joderme la vida con amenazas estúpidas de desalojo. Al salir, se despidió con un beso en mi mano y se fue sin decir nada más. Se le veía feliz, satisfecho, como si hubiese cumplido su mejor faena aquella noche.  Yo me quedé en la puerta esperando que César llegue a recogerme. Sentía frío, mucho frío. 

El lugar donde me quedé a esperarlo tenía un peor aspecto al del callejón donde “trabajaba”. Las casas eran de colores tristes, sin vida, entre grises y negros; además de que la gran mayoría tenía una capa de polvo cubriendo sus fachadas, lo que les daba un aspecto aún más tétrico. César llegó cinco minutos después de lo acordado, subí al vehículo y le dije que me llevara a mi casa. Se sorprendió un poco pues recién eran las dos de la madrugada y, normalmente, suelo quedarme hasta el amanecer, pero no preguntó nada. Algo que admiro mucho en él es su silencio, el saber cuándo preguntar y cuándo no. Esa no era una noche propicia para las preguntas y eso lo sabía.

Al llegar a mi casa, fui a darme una ducha. El agua estaba fría, pero no tenía más remedio que hacerlo para intentar quitarme toda esta suciedad, más moral que física, y luego poder acostarme al lado de mi hija. Ella no merece tener una madre como yo, no merece tener un padre como ese bastardo. Es la única víctima de toda esta miseria, y me siento tan culpable por ello. Llora, ahora ya nadie te detendrá. No hay maquillaje que arruinar, llora, golpea, desgárrate el alma con tu sufrimiento. Llora, que mañana deberás sonreír, llevar al colegio a tu hija y aparentar que no pasa nada, que no hay sufrimiento en tu vida. Aparentar que eres feliz, aunque en el fondo sabes muy bien que no lo eres. Llora, mujer, llora…

martes, 19 de junio de 2012

Un nueva estrella

"Gaviotas, estúpidas gaviotas. Volando todo el día sin preocupaciones, obligaciones ni responsabilidades. ¿Quién carajos inventó el estudio? ¿Y la universidad? Desearía que estuviese vivo para volver a matarlo. No sirven nada más que para estresarnos la vida. ¿Qué hago yo estudiando matemáticas, si al final de todo terminaré con un micrófono en la mano entrevistando a un estúpido político? Nada tiene sentido en esta vida..."

Así maldecía su suerte cada mañana Sofía, pero en esta ocasión, sentada en la cálida arena del mar de La Punta, parecía que había llegado al punto máximo de sus cuestionamientos. No estaba de acuerdo con lo que el destino había preparado para ella. Con apenas 19 años encima, creía que hasta el momento no estaba siguiendo el camino que ella imaginó alguna vez: el escenario, los reflectores, el aplauso del público al final de su actuación. Eso era lo que ella quería, vivir rodeada de famosos, unirse a ellos algún día. Las tablas, los guiones, el maquillaje y las luces. Ese era su mundo.

Se levantó con firmeza. Estaba decidida a cambiarlo todo. Subió al vehículo que le regalaron sus padres y se dirigió rápidamente a su casa para enfrentarlos, y decirles de una vez por todas que su vida no estaba tomando el rumbo que ella quería. Si al final de todo no estaban de acuerdo con la decisión que había tomado, no tenía más remedio que sacar sus cosas y emprender una nueva vida lejos de ellos.

Llegó a su casa media hora después. Para suerte suya Renata, su madre, aún se encontraba en ahí. Su padre era el ausente casi siempre, pero, pensaba ella, iba a influir mucho la decisión que su madre tomara en ese momento con respecto a ello. Renata, tan aplicada siempre en la universidad no permitiría que su adorada hija terminara rodeada de escándalos, saliendo en algún programa televisivo o siendo captada en actitudes poco honrosas con algún 'peloterito' de moda. Televisión, cine o teatro, eran sinónimos de escándalo, al menos para su madre.

 El miedo la invadió por completo cuando se dirigió a hablar con su progenitora. Ella la recibió con una mirada llena de ternura. ¡Era su madre después de todo! Sofía intentó no sentirse conmovida por ello, y le dijo fingiendo un tono fuerte en su voz: "¡Voy a dejar la universidad!"

La mirada de su madre lo decía todo. Decepción, ira, pena; todo ello expresado en tan solo una mirada. Sofía por su parte, se sintió aliviada. Ahora no importaba nada más, había tenido el valor de decírselo, había superado lo más difícil de todo. La reacción de su mamá sería solo un complemento para aquella acción. Buena o mala, no le importaba cuál sería la respuesta que al final le daría. Se dio media vuelta y estuvo a punto de salir de la habitación, cuando oyó una frase proveniente de su madre que la dejó congelada por completo: "Tus razones tendrás, hija. Pero quiero que sepas que cuentas conmigo para todo lo que te propongas".

Luego de una larga charla, un abrazo selló aquel momento en el cual Sofía había cambiado en algo su "patético" destino. Ahora tenía el apoyo de su madre, y esto traería como consecuencia que su padre la apoye, también. Total, apenas eran 3 ciclos los que había pasado en la universidad. Era tiempo recuperable.

Se dirigió sin más preámbulos al taller de actuación que había visto cerca de donde estudiaba. La algarabía se le salía por los ojos, había esperado tanto ese momento. Al llegar, luego de una serie de trámites y papeleos, se pudo confirmar que ahora era una alumna más del taller, llena de sueños y anhelante de éxitos, la cual disfrutaría al máximo cada papel que pudieran darle, sea principal o secundario. Lo importante era sentir el calor del público, las palmas de sus amigos, el orgullo por parte de sus padres... Eso era todo lo que ella quería.

Al salir del taller decidió desviar un poco su rumbo para tomarse un café. Era indispensable empezar su nueva vida con el pie derecho y sin ningún rasgo del estrés que la había acompañado durante tanto tiempo. Mientras conducía, su mente vagaba por una serie de mundos en los cuales recreaba lo que sabía el destino le tenía preparado. Se vislumbraba en Broadway, realizando el protagónico de su primer musical; subiendo a la explanada del Teatro Kodak para recibir el premio que la Academia le tenía preparado por su rol a mejor actriz en la película más taquillera que Hollywood ha producido; en Berlín, para recibir el aclamado Oso de oro; y así, en una serie de escenarios ficticios donde solo ella era la protagonista, ella, ella, ella, la que ahora se encontraba rodeada de una serie de curiosos. Todos la miraban, y sus gestos de terror no presagiaban nada bueno. ¿Qué pasó?, se preguntaba Sofía en su cabeza una y otra vez. ¿Dónde estaban las luces, los aplausos, los premios? ¿Qué pasó con todo ello? Cerró los ojos deseando despertar de una vez por todas de esa horrible pesadilla, donde todos la miraban pero no de la forma en que ella quería que lo hicieran.

"¿Va a estar bien, doctor?, logró oír a su madre. Quiso abrir los ojos, pero las fuerzas no la ayudaban a hacerlo. "No puedo asegurarle nada, señora. El impacto del vehículo fue muy fuerte. Deben estar preparados para lo peor", escuchó esta vez de una voz que no lograba reconocer, pero ¿a qué se refería con "lo peor"? No podían estar hablando de ella, era tan estúpido. Ella que ahora estaba destinada a triunfar en Hollywood no podía estar pasando por nada malo. Deseó despertar, usó todas sus fuerzas para abrir los ojos, hasta que lo consiguió. Efectivamente, allí estaba ella. Rodeada de luces y aplausos. Un tipo se le acercaba para darle un premio que parecía ser el aclamado Oscar. Ella lo recibió con una gran sonrisa en los labios, mientras lo mostraba a las cámaras y saludaba a todo aquel que se le acercara. "!La perdemos, la perdemos!", "Haga algo doctor, por lo que más quiera", "Lo siento mucho señora, es el final". Frases que lograba oír en el tumulto, pero que no le importaba. Creyó oír las lágrimas de su madre, pero supuso que eran por la emoción del momento. Debían estar felices, ahora era una estrella más, ahora se encontraba brillando en el cielo ...literalmente.




lunes, 18 de junio de 2012

El renacer de una esperanza

Había esperado por tanto tiempo la llegada de este día. Iba a verla una vez más, sentir su aroma, oír el tono grave y gracioso de su voz. Recuerdo aún nuestro último encuentro. Ella tan distante, indiferente a mis palabras. ¿Yo? Tan desgraciado suplicando su perdón. Hice mal y lo reconozco, pero buscaba en ella una oportunidad más, solo una. Y no se dio hasta hoy.

La extrañé como jamás había extrañado a nadie. En este lapso de tiempo supe reconocer que no concebía mi vida sin ella a mi lado. Era tan perfecto. Todo lo que le pedía a la vida lo encontraba en aquella bella sonrisa que me hipnotizó desde un primer momento.

Tan solo 30 minutos nos separaban de nuestro nuevo encuentro. Llegué al lugar indicado con mucha anticipación, a pesar de que sabía con certeza que ella llegaría con retraso. Quise aprovechar el tiempo para pensar en qué le diría, analizar el ambiente en el que nos veríamos, reflexionar sobre el error que cometí. No fue infidelidad, tampoco traición. Pero lo que hice fue suficiente para lograr que ella intentara olvidarse de mí y de lo mucho que me amaba, mas no lo consiguió y esa es la causa de que hoy hayamos pactado un nuevo encuentro.

Eran las 6:45 p.m. Tan solo 15 minutos más. No podía esperar, así que cogí el móvil y la llamé. Ella contestó, pero al oír su voz quedé totalmente impactado. El miedo de enfrentarme a la voz que había amado por tanto tiempo, aquella voz tan llena de gracia y seducción, hizo que no pueda articular palabra alguna. Supuso que no me escuchaba por alguna interferencia o qué se yo, así que solo atinó a decir que ya estaba por llegar.

Los minutos se hacían eternos. El inmenso reloj de la iglesia que estaba frente al parque donde yo me encontraba, donde nos encontraríamos ambos, me decía que solo 5 minutos me separaban de sus labios. No podía más. Había resistido sin ella casi un año. No quería perder más tiempo. Me senté en la primera banqueta disponible que vi cerca a mi, pero me levanté inmediatamente recordando que me ensuciaría el pantalón blanco que llevaba puesto, ¡Idiota!, pensé; pero mis pensamientos se vieron aplacados por la aproximación de su bella figura a lo lejos. Era ella, podía reconocerla.

Mientras iba acercándose mi corazón latía a un ritmo desenfrenado. La iglesia se disponía a dar las 7 campanadas que anunciaban la llegada de las 7:00 p.m., junto con la oscuridad del triste cielo limeño. Ella se acercaba cada vez más hacia mí, trayendo consigo en la palma de su mano la otra mitad de mi alma que se llevó al marcharse.

Un nerviosismo poco usual recorría mis entrañas. Mis manos temblorosas denotaban lo difícil que se me hacía ese momento. El sudor empezaba a caer de mi frente, y la distancia que nos separaba a uno del otro se hacía cada vez más y más pequeña, hasta que por fin la tuve frente a mí.

Se abalanzó a mis brazos sin decir palabra alguna, mientras sentía las lágrimas caer de su mejilla. La abracé, no hice más que eso. No iba a soltarla nunca, no podía desprenderme de su calidez una vez más. Podrán pasar los minutos, las horas, pero no quiero soltarla. Cerré los ojos y pude sentir el olor a rosas que emanaba del castaño de su cabello. Era mi paraíso.

El universo se detuvo por un instante en ese abrazo que pareció durar una eternidad. No la perdí. Hoy más que nunca sé que la tengo a mi lado para siempre. No pude prometerle perfección, pero le prometí eternidad. La amaré por siempre, no lo duden jamás.

Masoquismo

Lunes, una y treinta de la madrugada. Las celebraciones por el día del padre aún se escuchan en algunas casa aledañas, y es esa la causa por la cual aún no consigo dormir a pesar de mis múltiples intentos por hacerlo. Me preocupa un poco, pues el día de mañana debo levantarme muy temprano para ir a la universidad, y con el frío que hace en las mañanas se me dificulta más y más ponerme de pie a la hora indicada.

Veo mi habitación una y otra vez. Las paredes pintadas de un celeste casi gris, sin vida ni gracia. Un póster del equipo de mis amores, Universitario de Deportes, orna las paredes intentando darle algo de alegría a mis tristes esquinas. El silencio se hace eterno, mi desesperación aún más. Mi mente vaga por diversos mundos. Recreo una infinidad de historias que van desde la más estúpida fantasía hasta la más cruel realidad. Seguí así por un largo rato, hasta que mis pensamientos se vieron interrumpidos por un grito seco, fúnebre, casi tétrico. Me puse de pie instintivamente, con un poco de temor, he de admitirlo; pero al mismo tiempo sentía en mí una tristeza poco usual. Era tan raro todo, ¿de dónde y de quién provenía aquél grito? Quise encontrarle respuestas a mis intempestivas preguntas, pero luego de unos segundos el silencio volvió a reinar en la oscuridad de la noche, por lo que decidí volver a la cama. Intenté relajar mi cuerpo para poder ingresar al trance del sueño. Estuve a punto de conseguirlo de no haber sido porque aquel grito volvió a oírse una vez más, pero esta vez acompañado de un llanto desgarrador. Llamé a mi madre para ponerla al tanto de los hechos, pero no fue necesario entrar en detalles pues ella también se había percatado de todo lo ocurrido. Decidimos salir y ver qué estaba pasando, mas grande fue nuestra sorpresa al notar que un gran número de vecinos se nos habían adelantado, todos aglutinados en la calle, mirándose incrédulos y sin saber qué hacer. Nos acercamos, y en el tumulto logré oír que mi madre le preguntó a un tipo de aspecto rudo, alto, con nariz aguileña y tez demacrada, el cual se encontraba bajo los efectos del alcohol, cuál era el problema. El sujeto le respondió en un castellano casi ininteligible que se trataba de una pelea marital, en la cual el marido había cogido a golpes a su mujer y luego huido de la casa, dejándola sola. La víctima era una muchacha de casi mi edad, 19 años, la cual se había mudado con el tipo que la golpeó hacía no más de 6 meses. Me sorprendió la facilidad con la cual el sujeto iba describiendo los hechos, pues por lo poco que conozco del barrio, él no tenía relación alguna con la chica o con el abusivo.

Luego de un rato, el tipo al que mi madre le preguntó por el origen del problema, cogió un palo que encontró en el suelo y, dando una certera patada a la puerta, logró abrirla. La gente se abalanzó e ingresaron a la morada con la intención de encontrar el chisme del cual hablarían durante muchos días, antes que en preocuparse por brindar ayuda. Mi madre se unió al grupo que había ingresado, por lo cual no me quedó más remedio que seguirla y tratar de evitar cualquier conflicto que pudiera generarse. Cuando ya nos encontrábamos todos adentro, el silencio nos envolvió por completo, pues la escena que encontramos fue, simplemente, lamentable: la muchacha se encontraba tirada en el piso de la habitación en posición fetal, producto de algún golpe al estómago, supuse. Su bello rostro nos mostraba unos labios rotos, ojos hinchados producto de las lágrimas más que de los golpes y, además, gotas de sangre chorreando de diversas incisiones. No pude evitar derramar una lágrima por tal triste escena...

Dos vecinas, típicas aduladoras, dijeron que deberían llamar a la policía inmediatamente, pero grande fue nuestra sorpresa al ver levantarse a la muchacha airadamente, gritando que esto era un asunto en el cual no debíamos meternos y que, por favor, nos largáramos de su casa. Todos quedamos pasmados, perplejos por tal estúpida reacción. Salimos del lugar sin más que decir, al fin y al cabo, era la decisión que ella había tomado y debíamos respetarla por más tonta que pudiera parecernos, pues estaba en su derecho.

Regresé a la casa junto a mi madre. Eran las dos con treinta y siete minutos. Ya en mi habitación intenté recapitular todo y encontrarle una explicación a tal raro suceso. Quedé un rato sentado en mi cama hasta que, finalmente, logré conciliar el sueño.

Al día siguiente, al regresar de la universidad, vi una escena que me dejó sorprendido, sigo estándolo mientras escribo estas: La muchacha del día anterior salía de su casa abrazada al tipo que la había golpeado salvajemente, ambos con una sonrisa en los labios, mostrándole al mundo el amor que ambos se tenían. El maquillaje en el rostro de la mujer disimulaba muy poco los moretones que en su rostro existían. lo único que vino a mi cabeza en ese momento fue una pregunta que recuerdo y recordaré por siempre: ¿Cómo puedes ser tan cojuda, mujer?