Capítulo I: Frío
Ha llegado la noche, y con ella una nueva jornada de “trabajo”. Es complicado salir a la calle
vistiendo prendas diminutas con este frío de mierda y el miedo que me da dejar
a mi hija sola, encerrada, sin nadie que la cuide o que esté a su lado para que
no sienta el vacío de mi ausencia cada madrugada. No me gusta esta vida, la
detesto; pero es mi única salida, no puedo hacer otra cosa. Hoy más que nunca
me arrepiento de todas las oportunidades que no supe aprovechar, de la cabeza
caliente que me hacía actuar sin intuir las consecuencias que podrían traer mis
actos, y de meterme con ese bastardo que me dejó en la calle, sin un sol en el
bolsillo y con una niña entre mis brazos. Quisiera tenerlo frente a mí,
golpearlo hasta dejarlo inconsciente y terminar con su miserable vida…
- - Mucho frío, ¿no Crystel? – “Crystel”, el
estúpido nombre que debo usar cada noche para ocultar en algo mi identidad y no
ser la vergüenza de mi hija en un futuro. No tiene sentido, cuando se entere me
va a odiar sin importar el nombre que tenga, Crystel, Juliana, puta de mierda;
me odiará igual.
-
- Demasiado, Chío, se me están congelando las
tetas. – Un par de carcajadas y se aleja de mí. El primer cliente ha llegado
decidido a llevársela. Yo debo seguir esperando que venga algún viejo con el
rostro sudoroso, olores repugnantes y una mirada llena de deseo e impaciencia,
me pague algunas monedas y me obligue a hacerle todas esas cochinadas que tanto
les gustan a los hombres. Soy tan sucia, me desprecio por ello…
Doy una pequeña vuelta a este triste callejón del centro de
Lima, lleno de miseria, basura, y perros, muchos perros. Hoy me tocó pararme en
el último poste de la entrada, no puedo moverme de aquí sino me ganaría
problemas con las demás “colegas”, pues cada quien debe respetar su posición
para no quitarle la clientela a nadie. Llegué tarde por cojuda, y ahora corro
el riesgo de quedarme sin un céntimo esta noche, peor aún, regresar a mi casa
sin nada que llevarle a mi hija. Odio esta vida, la odio como jamás he odiado
algo en este mundo. Pero no debo llorar, no lo haré. Límpiate las lágrimas,
cojuda, se te cae el maquillaje. Vamos, muestra tu mejor sonrisa y espera que
algún parroquiano se acerque a ti. Ahí viene uno, ¿ya ves?, no está tan mala la
noche. Vamos, sonríele, muéstrate sexy, haz que te desee como desea a tantas
otras. No importa, lo único valioso es su dinero, nada más. Te habló,
respóndele tarada, que no note que has llorado sino se largará, respira,
relájate, demuestra lo que sabes.
- -
Hola, cariño, ¿a dónde me vas a llevar?
- - A donde quieras, mi vida. – ¿Mi vida?, estúpido
cerdo. – pero primero hablemos de precios, ¿cuánto la hora?
-
- Cincuenta soles para ti, pero si te gustan otras
“cositas” la tarifa sube. – Un guiño coqueto y ya calló, como todos los
hombres.
- - Me parece bien, ¿cuánto por una chupadita? –
Cerdo repugnante, asqueroso animal. Contrólate, no puedes desaprovechar esta
oportunidad.
- -
El sexo oral tiene otro precio, cariño. El doble
de lo inicial. – Si acepta no tendré que volver mañana. Haz un esfuerzo y
soporta las ganas de vomitarle encima a este animal, tú puedes.
-
- Un poco caro, ¿no crees? Para ser una puta que
trabaja en una esquina, tienes tarifas elevadas. Pero está bien, me gustas, voy
a pagar lo que pides. Llamemos un taxi.
-
- Nosotras tenemos a alguien que nos lleva a donde
quieras, por seguridad, claro. – Y porque no me arriesgaría a subirme a un auto
sola contigo, asquerosidad.
-
- Me parece bien, llámalo entonces. No tengo mucho
tiempo.
Saca el celular rápido, ¡maldición!, “¿Aló, Cesítar?, ven
rápido carajo, hay un cliente que va a pagar bien. Te doy tu tajada, ya sabes,
no demores.” Listo, ahora a entretener al animal hasta que llegue César. Esta
será una de aquellas noches que recordaré durante mucho tiempo, no porque será
una de las mejores, sino todo lo contrario. Este sujeto es uno de los peores clientes
que he visto en mi vida, más pequeño que yo, gordo, y con un rostro nada
agradable a la vista: nariz aguileña, cachetes grandes, boca aún más grande y
una papada que deja chicas a las anteriores. Es repugnante, lo detesto.
- -
¿Va a demorar mucho tu amigo?
-
-Ya está llegando, no te impacientes.
-
-¿Y si mejor me das la chupada aquí?
-
-No seas CERDO, mi cielo. Ya está llegando, no
comas ansias. Ahí está, ¿lo ves? Vamos, no perdamos tiempo.
Que se la chupe ahí, pedazo de animal. Menos mal llegó César
a tiempo, sino tendría que haber cedido a lo que me pedía para que no se
inquietara y se vaya con otra. No puedo perder a ningún cliente, menos aún si
pagan tan bien como éste. Lo único que quiero es que se acabe la noche,
regresar a mi casa, abrazar a mi hija y quedarme dormida a su lado sin importarme
nada más. Todo esto lo hago por ella, solo por ella, pues no tiene la culpa de
que su padre haya sido un infeliz que la abandonó al nacer. He sabido
sobreponerme a esta mala jugada del destino, y sola pude sacar adelante a mi
hija. Ella tiene 7 años, cursa el tercer grado de primaria y es muy inteligente, no salió a la madre en ese aspecto. Dudo, también, que haya sacado la inteligencia del padre, tiene de haber sido obra de Dios. Es mi
adoración, y haré lo que sea necesario para que ella tenga una infancia
diferente a la mía, para que pueda disfrutar de todo lo que yo nunca tuve de
niña… cueste lo que cueste.
El tiempo que el taxi demoró en llegar se hizo eterno. El
cerdo me acariciaba las piernas mientras César veía todo por el espejo
retrovisor. Su mirada reflejaba tristeza, indignación, impotencia, compasión.
Sabía que estaba sufriendo, y él también lo hacía a pesar de que intentaba no
demostrarlo. Se enamoró de mí desde la primera vez que me vio, pero yo no pude
corresponderle por más que quisiera. Me pareció un chico muy atento, leal y
guapo, tan distinto a los cerdos con los que me acuesto noche tras noche. Siempre
he pensado que cualquier mujer estaría encantada de iniciar una relación con
él. Le he dicho, incluso, que se consiga a otra y no pierda más su tiempo
conmigo, pues yo soy la excepción a esa regla. Me gusta mucho, he de admitirlo,
pero no creo que se merezca a una mujer tan sucia e impúdica como yo. Él se
merece a alguien mucho mejor, sería muy injusto que se haga cargo de mi y de
una hija que no es suya, todo por mi egoísmo y falta de consideración. Las
cosas están mejores así, a pesar de que a mí me duela tanto o más que a él.
Ricardo, nombre del cerdo de turno, hizo que el taxi se
estacione en un hotel de mala muerte. Dudé un poco por el aspecto del lugar,
pero finalmente acepté bajarme, diciéndole a César que pase a recogerme dentro
de una hora, para así sentirme un poco más tranquila.
Subimos a una habitación un poco más respetable que la
fachada del hotel. Tenía una cama circular con sábanas rojas; velas, muchas
velas rojas también; pétalos de rosas formando un camino que llevaba directo hacia
la cama y un espejo enorme colocado en el techo de la habitación reflejando
todo el contorno del lecho. Se podía sentir el olor a incienso saliendo de
algún lugar, pero no pude ver de dónde. Las habitaciones de un hotel no son
así, menos en uno de mala muerte como este. Ricardo ha de haberse esmerado
pagando algo más por toda la decoración, se sentía como si esta fuese su gran
noche, como si estuviese teniendo una cita con el amor de su vida. Todos esos
detalles no iban a hacerlo menos cerdo de lo que ya era.
Me desnudé rápidamente para luego escabullirme dentro de las
sábanas. Ricardo no quería que apagara las velas, por lo que tuve que tragarme
su mirada todo el rato que me estuve desnudando. Él lo hizo después de mí,
quedándose solo con un ridículo bóxer a cuadros y un bivirí blanco que
resaltaba su inmenso vientre. Nada más asqueroso y mata pasiones que eso. Se acostó a mi lado y empezó a besarme todo el cuerpo, llegando
a mis pechos y dejándome impregnado en los pezones la baba que se le escurría
de los labios. Quiero vomitar, en serio creo que lo haré. No, no puedo hacerlo,
debo controlarme, sostén la respiración, aguanta un poco más. Intenté llevar
mis pensamientos a otro lado, alejarme de ese mundo al menos por un instante,
hasta que sentí su asquerosa lengua cerca a mis labios, por lo que lo aparté de
un empujón rápidamente, “son las reglas, cariño, nada de besos”. Es una regla,
y creo que él lo sabía porque no me reprochó nada cuando lo hice, atinando solo
a bajar más y más hasta toparse con mi sexo. Le recordé que esas cosas tenían
otro precio, pero pareció no importarle, por lo que tuve que aguantarme las
ganas de patearle el rostro y dejar que
siguiera en su gloria. En esos momentos no sé qué me daba más asco: él con su
horrible cuerpo y su baba hedionda, lo cual me hacía recordar lo infelices que
éramos ambos, o yo por saber que estaba sintiendo placer, a pesar de todas esas
asquerosidades.
Al final de la jornada terminó pagándome 150 soles, los
cuales me servirían para comprarle los zapatos a mi niña y para algunas otras
cosas más, como adelantarle algo a la vieja de la pensión para que deje de
joderme la vida con amenazas estúpidas de desalojo. Al salir, se despidió con
un beso en mi mano y se fue sin decir nada más. Se le veía feliz, satisfecho,
como si hubiese cumplido su mejor faena aquella noche. Yo me quedé en la puerta esperando que César llegue
a recogerme. Sentía frío, mucho frío.
El lugar donde me quedé a esperarlo tenía un peor aspecto al
del callejón donde “trabajaba”. Las casas eran de colores tristes, sin vida,
entre grises y negros; además de que la gran mayoría tenía una capa de polvo
cubriendo sus fachadas, lo que les daba un aspecto aún más tétrico. César llegó
cinco minutos después de lo acordado, subí al vehículo y le dije que me llevara
a mi casa. Se sorprendió un poco pues recién eran las dos de la madrugada y,
normalmente, suelo quedarme hasta el amanecer, pero no preguntó nada. Algo que
admiro mucho en él es su silencio, el saber cuándo preguntar y cuándo no. Esa
no era una noche propicia para las preguntas y eso lo sabía.
Al llegar a mi casa, fui a darme una ducha. El agua estaba
fría, pero no tenía más remedio que hacerlo para intentar quitarme toda esta
suciedad, más moral que física, y luego poder acostarme al lado de mi hija.
Ella no merece tener una madre como yo, no merece tener un padre como ese
bastardo. Es la única víctima de toda esta miseria, y me siento tan culpable
por ello. Llora, ahora ya nadie te detendrá. No hay maquillaje que arruinar, llora,
golpea, desgárrate el alma con tu sufrimiento. Llora, que mañana deberás
sonreír, llevar al colegio a tu hija y aparentar que no pasa nada, que no hay
sufrimiento en tu vida. Aparentar que eres feliz, aunque en el fondo sabes muy
bien que no lo eres. Llora, mujer, llora…